Ayer la Orquesta Filarmónica de Málaga citaba a sus espectadores en el tercer programa de abono entre semana, algo fuera de lo habitual. Pero no pareció afectar al público -poco joven, eso sí- que llenó el Teatro Cervantes para contemplar la Quinta sinfonía en Do sost. menor de G. Mahler.

El viaje comenzaba con la conocida llamada de la trompeta, que presentaba los cinco movimientos que se desarrollan a lo largo de la obra, aunque estructurada en tres marcadas partes. Los dos primeros movimientos, Trauermarsch. In gemessenem Schritt. Streng. Wie ein Kondukt  y Stürmisch bewegt. Mit grösster Vehemenz, separados por el dramático comienzo del segundo, denotan la intencionalidad del compositor, y la OFM supo imprimir el mensaje de la marcha fúnebre, aunque quizá se echó de menos un colorido más uniforme, y un mayor contraste entre los puntos de tensión y distensión.

En el ecuador, el Scherzo. Kräftig, Nicht zu schnell ejerció, a modo de nexo, un vaivén de sensaciones de lo más poderosas, preparando la tercera parte.

Y ahora llegaba la delicia del cuarto movimiento: el Adagietto lleno de romanticismo, cortesía… La Filarmónica y el maestro Hernández-Silva demostraban, como en anteriores ocasiones, la escrupulosidad ante los sutiles matices, con una interpretación pulcra y medida que caló entre los asistentes. Finalizando, unido a este cuarto movimiento, el Rondo-Finale cerraba esta tercera parte y la extensa obra, que acababa mostrando el arsenal de recursos del gran Gustav Mahler.