West-Eastern Divan Orchestra. Fotografía: Daniel García

West-Eastern Divan Orchestra. Fotografía: Daniel García

Este pasado jueves, puntualmente, la West-Eastern Divan Orchestra esperaba en el escenario a su director, Daniel Barenboim, en un Teatro Cervantes con todas las entradas vendidas. Y cuando aparecía en escena, el público explotó en una cerrada ovación; serían el preludio de las que vendrían después.

Un repertorio basado en Mozart fue el elegido para el paso de la formación por Granada, donde estuvo el día anterior, y en Málaga, formado por las tres últimas sinfonías -que forman una «trilogía», según Barenboim- del austriaco: las nº 39, 40 y 41 «Júpiter». La tónica general del concierto fue un vaivén entre una interpretación pulcra y cuidada y un reguero de aplausos por parte de los asistentes tras cada una de las obras. Las cuerdas fueron especialmente enérgicas cuando se les requería y las maderas empastaban cada vez mejor conforme avanzaba el programa. Barenboim fue comedido en sus gestos, pero éstos funcionaban más que de sobra para unos músicos que desempeñaban su labor formidablemente.

El maestro era, por supuesto, consciente del fruto del trabajo colectivo, y no dudaba en hacerlos levantarse del atril en cada ovación. Y aunque se han visto de mayor envergadura en el coliseo malagueño, tenían otro color, porque la noche del concierto iba más allá de lo musical, en una velada en pos de la conciliación, y en recuerdo también de Edward Said -que habría cumplido 80 años el día 1-, cofundador junto a Baremboin de la Fundación Pública Andaluza que lleva sus apellidos, y de la orquesta protagonista. Así, bajo el mar de aplausos al finalizar, tuvo que salir repetidas ocasiones, pero siempre apoyándose en los músicos hasta cuando recibe un ramo de flores, que no duda en repartir entre todos; otro acertado gesto. Como la misma fundación se define, su objetivo no es otro que promover la paz y el diálogo a través de la música.