Quizás sea por la saturación de conciertos para piano que estamos disfrutando este año en Málaga en comparación con otros instrumentos, quizás fuese porque a la misma hora y en otro lugar tocaba Jesús Reina los Caprichos de Paganini y Carmen Morales las Sonatas e Interludios de J. Cage, o quizás simplemente porque hacía mucho frío en Málaga, apenas algo más de un cuarto de entrada se asomó al Auditorio Edgar Neville para presenciar el regreso desde Moscú del pianista malagueño Ángel Campos, acompañado en esta ocasión por el director invitado César Álvarez dentro del ciclo “La Filarmónica frente al mar”.

Comenzaba el programa con el Concierto para piano en fa sostenido menor, op. 20 del compositor ruso A. Scriabin, del que en esta ocasión merece la pena destacar los dos últimos movimientos, Andante y Allegro respectivamente.

En el primero de ellos, estructurado en un tema con variaciones, oímos la mejor conjunción entre piano y orquesta, que durante el primer movimiento estuvo algo tibia.

Ya en el Allegro, el más complejo técnicamente para el piano, Ángel Campos hizo un derroche de técnica, cualidad de la que anda sobrado y que levantó algunos vítores entre el público al finalizar la obra. Por ello volvió a sentarse e interpretó como propina el estudio n.5 op.42 del propio Scriabin.

Mención aparte merece la elección del piano para este concierto que sin duda no era el más apropiado para la ocasión.

Tras el descanso, en la segunda parte del programa esperaba la densa sinfonía en re menor de C. Frank, la única que escribió y estructurada en tres movimientos.

Una obra de gran complejidad, como la gran mayoría del compositor belga, en la que la larga duración exige un alto grado de concentración por parte de la orquesta. César Álvarez, al que vimos con y sin batuta durante la obra, consiguió guiar a los músicos con excelencia entre la densidad e intensidad de la sinfonía.

Un buen concierto, que quizás en otro momento y lugar hubiese tenido mejor acogida por el público.